Cuando Alemania consiguió traer los Juegos Olímpicos de 1936 para Berlín, la capital del país, Adolf Hitler aún no estaba en el poder. Eso impidió que él usara el evento para tratar de confirmar su teoría de la raza superior. En las calles de Berlín, habían banderolas con el símbolo nazi mezclado con la bandera olímpica.
En la fiesta de apertura, la antorcha llegó al estadio cargada por un legítimo representante de la juventud nazi. De nada le sirvió a Alemania haberse comprometido en no promover ninguna especie de manifestación racial, ideológica o religiosa durante las pruebas. En la ceremonia de apertura, después del himno alemán, 100 mil personas gritaron "Heil Hitler".
Por la Villa Olímpica, estaban impartiendo afiches con mensajes como "juden unerwuenscht" (judíos indeseables). Fueron retirados los afiches, pero el ambiente de intolerancia racial se mostraba evidente. A Jesse Owens lo llamaban el "esclavo de los blancos americanos". Los alemanes victoriosos aparecían en los periódicos como "rubios vencedores".